Laura en Dialéctica

Artículo ¿satírico? publicado en la revista beLiteratura, 2011.

Muchos acusan a Laura Bozzo de bruja explotadora y capitalista (lo estándar de una persona del show business, pues), pero a pesar de los altibajos de su historia personal, hay que reconocer que Laura tiene lo suyo; existen sus méritos en agarrar a una ñora de barrio para persuadirla de que no sea pendeja, que deje a los malos hombres, que trabaje, y que se dé a respetar. Para la fecha que escribo esto, hace unos días debutó el programa de Laura en México, y vaya que ha dado de qué hablar. El programa es tan malo y caótico que sencillamente es sublime, en él se funden los pares opuestos del alma humana.

 

En un momento del talk show Laura pide respeto, y al próximo, llama desgraciados a sus invitados. La respalda Paquita la del Barrio como invitada, quien más bien se limita a asentir con la cabeza. En medio de turbios conflictos intrafamiliares la gente súbitamente llora o ríe, a veces las dos cosas a la vez; pero para amenizar Laura los invita a bailar, todos bailan, luego discuten más, y el público se regodea cual romano mira a un león devorando a un cristiano. Paquita se queda sentada en su sillón con una mirada completamente ausente, quizá indagando en los argumentos sofistas de los debatientes. Después de unos minutillos de instigar la pachanga, Laura perversamente pide orden y silencio en su set. Ya quisieran los guionistas de Televisa escribir algo así de chistoso.

 

Pero preguntémonos qué pasaría si, de hecho, los programas de Laura renunciaran a todo ese folclor; qué tal si de verdad siguieran las reglas de un debate como debe ser, con Laura como moderadora, y las ideas fueran claras y bien planteadas, en lugar de espontáneas y desordenadas. Bueno, si Laura hiciera un programa de discusión con ese formato, versaría más o menos así:

 

Las tribunas comenzarían a aplaudir con un gesto mecánico y ropa formal. Una voz diría: ¡Bienvenidos a Laura en dialéctica!, mientras el tema oficial del programa comienza a sonar en vivo, quizá un concierto para violín de Vivaldi, o una sonata de Beethoven, algo impactante pero sobrio. Entonces llegaría Laura a presentar el programa, desconcertándonos por la ausencia de su guardarropa con estampado de leopardo, vistiendo en su lugar un saco gris con pantalones de tela negra; además tiene su cabello recogido hacia atrás y, por alguna razón, usa lentes. Como invitado musical estaría tal vez Joaquín Sabina, amigo íntimo suyo, quien ha seguido la trayectoria intelectual de Laura desde hace varios años. El público risotea por un par de chistes políticos o filológicos que intercambian Laura y Joaquín, y llega el momento de presentar a los invitados.

 

Pasan un video de una señora de tez clara y elegante, tranquilamente sentada en un set con fondo negro, en una presentación más bien seria y sin música. Ella nos describe las infidelidades de su marido quien, complotando con su secretaria, pretende hacer unas adquisiciones fraudulentas utilizando el buen nombre de su esposa, con el fin de hacer que la encarcelen, y finalmente escapar con el dinero y la amante. Al concluir el video la invitada entra al set, donde la sientan a la derecha de la mesa de debates, del lado opuesto donde seguramente se sentará el esposo y, si la adrenalina lo permite, la amante. La señora Alicia nos expone su argumento de forma clara y precisa, la misma historia del video, pero ampliando en su descripción.

 

Entonces viene el turno del apologista. Laura no grita «¡Que pase el desgraciado!» con música inmunda, sino «Háganme el favor de hacer que pase el esposo, muchas gracias». Se siente una espesa discordia en el set cuando él entra y se sienta frente a Alicia, con Laura en medio de los dos. Tácitamente el público intuye que se trata de un desgraciado, pero todos guardan silencio. Raúl lo niega todo, y argumenta que el peso de la evidencia recae en aquella persona que hace una afirmación, y como la esposa carece de evidencia, entonces está cometiendo una acusación infundamentada. Laura asiente, dándole una falsa sensación de seguridad. Pero a la vuelta del corte comercial, Laura guarda una sorpresa que nadie esperaba: Se trata de la amante de Raúl, quien viene a revelarnos la verdad.

 

Ante las continuas provocaciones de su marido, Alicia pierde el control temporalmente y blasfema, «¡Ya ve lo que le digo, Señorita Laura!, que él es un desgraciado, un malhombre». Indiferente a sus lágrimas, Raúl contesta diciendo que cómo es posible, «Señorita Laura, ella está cometiendo una Ad Hominem, la validez de su premisa no puede basarse en juicios o ataques personales». Laura calma las aguas, serenamente recordando que es necesario mantener el lenguaje civilizado, «Éste es un programa familiar, sé que es un reto emocional para tí Alicia, pero no hay necesidad de enunciar tales calificativos al aire, desgraciado es una palabra que no usamos en este programa».

 

Alicia y Raúl se baten en una presentación interactiva de premisas y argumentos, y aunque él pretende hacerla quedar en ridículo con una máscara lógica, la evidencia es contundente cuando la amante revela el maquiavélico plan. Entonces Laura cuestiona a Sabina, quien se ha sentado a tomar un trago por ahí, sobre una alternativa distinta a los paradigmas unidimensionales a los que estamos acostumbrados, en tratándose del matrimonio. El cantante responde que no es malo ser mujeriego, lo malo es mentir sobre ser mujeriego, y el público ríe frente a esta ruptura de pensamiento que Joaquín ofrece tan contemplativamente.

 

Entonces surge un espíritu Nietzscheano que siempre ha estado presente en los programas de Laura, donde en medio del abismo y de la nada, el ser humano baila, y llega lo dionisiaco, el levantarse de las cenizas. Esta danza espiritual invade el set, y Laura llega a conclusiones inesperadas sobre la condición humana, demostrándonos una vez más que el ser humano es un ente pluridimensional.

 

¿Cómo no ver a Laura?

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